(Mal) Educadas by María Florencia Freijo

(Mal) Educadas by María Florencia Freijo

autor:María Florencia Freijo [Freijo, María Florencia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Autoayuda, Salud y bienestar
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-30T16:00:00+00:00


Parte III

Educadas para encarcelar nuestro cuerpo

Los hombres han hablado enormemente de «la mujer», pero desde luego y fatalmente a través de sí mismos. A través de la gratitud o de la decepción. Se los puede elogiar por muchas cosas, pero nunca por una profunda imparcialidad acerca de este tema.

VICTORIA OCAMPO

SER BELLA, SER SEXY, SER LO QUE SE ESPERA DE UNA

Abro el álbum de fotos y me reconozco a mis doce años de campamento con los compañeros del curso escolar. Una de las cosas que recuerdo es la insistente mirada masculina sobre mi falta de trasero, las exigencias para que mi cuerpo de niña recién menstruante fuera el de una mujer. Comentarios del tipo «Fido Dido» (el icónico muñeco flaco de una conocida marca de gaseosas sabor lima limón), «Olivia» (por la novia de Popeye), palito, tabla, nadadora olímpica («nada de pecho, nada de espalda») eran algunos de los comentarios más simpáticos y plausibles de reproducir en este libro.

Comentarios de varones que no tenían cuerpos de hombres de publicidad de perfumes importados, pero sus cuerpos no importaban, importaba lo que ellos tenían para decir del mío. En muchas de las fotos estoy con un buzo grande, y otro amarrado a la cintura, disimulando mi cola todo lo que podía. Ocultándome. Ese mismo año había dejado el colegio de señoritas, y estaba en un colegio mixto. No sabía cuánto podía importarme —y lastimarme— la mirada de los varones, sus comentarios constantes y las risas cómplices de mis compañeras.

Todavía no me había iniciado sexualmente, pero para los 14 años ya sabía que podía ponerme aceite en las piernas para usar un jean más chico que yo y que así quedara más ajustado. Sabía que si llevaba ese jean al colegio, me planchaba el pelo y me maquillaba un poco, iba a ser mirada e iba a gustar. Y a esa edad todas queríamos gustar.

Mientras ellos intercambiaban figuritas de Pókemon, yo leía las Cosmopolitan de mi hermana cinco años más grande, y aprendía todo sobre looks: cómo depilarme, tips para llamar la atención del «chico que te gusta» y también cómo chupar un pene en innumerables poses y formas que me permitirían «volverlo loco». Todavía no había tenido un pene en mis manos, ni siquiera había visto uno, pero yo ya sabía cómo le gustaba a ellos que se lo chupes.

Los títulos de las revistas —que consumían tanto niñas de 14 como mujeres de 30— estaban todos relacionados a «atrapar a tu hombre»: «¿Cómo hacer para volverlo loco en la cama?: 10 acciones que una mujer inteligente hace y lo vuelven loco por vos (sí, solo por vos)». Y aclaraban, como voces en off: no va a querer dejarte, no va a poder resistirse, enunciando un «problema» que más o menos intuía luego del abandono de mi padre: los hombres son escapistas y hay que retenerlos.

Había una marca de jeans que en esa época queríamos usar todas las mujeres de Argentina: «Cuerpo y Alma». Esa marca tenía bordada una manito chiquita sobre el bolsillo del pantalón, que simulaba una nalgada.



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